lunes, 14 de febrero de 2011

¿Aquel dios tiene algo que ver con este amor entreverado, impuro, sangrante, amnésico, agitado, sublime, estropajoso?


Dios es Amor, estableció Juan el Evangelista, así, sin excepciones, porque se trataba de un rubro infinito, pero, ¿aquel dios tiene algo que ver con este amor entreverado, impuro, sangrante, amnésico, agitado, sublime, estropajoso? En todo caso, dios es amor, pero amor no es dios. La beso, a ella la beso, y no soy hipócrita. La beso como podría morderla, y a veces la muerdo, o comérmela y masticarla y digerirla. Porque hay una desesperada necesidad , casi diría una obligación, de marcar al otro, a la otra, aunque sea con los dientes, y aunque alguno de éstos sea postizo. Dejar una marca propia es cosa de vida o muerte, o de muerte solamente, porque la intención subterránea es traspasar la muerte, es seguir existiendo después del fin. Y a esos efectos tanto sirve la existencia de un hijo como la de una cicatriz. Después de todo, también el hijo es una cicatriz. Buena definición para proponer a la Academia. Hijo: cicatriz del amor.

Gracias por el fuego, Mario Benedetti.


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